Mel Gibson es un policía violento y racista en su nueva y provocadora película
En una de las primeras escenas de Dragged Across Concrete, los detectives interpretados por Mel Gibson y Vince Vaughn realizan un violento arresto a dos narcotraficantes —un hombre y su novia, ambos latinos— con una muestra ejemplar de terrible brutalidad policial, incluyendo maltrato físico y psicológico, burlas basadas en su raza o ascendencia y diferentes humillaciones.
El arresto es un éxito y termina con la confiscación de un enorme bolso cargado de drogas, probablemente con valor de varios millones.
Pero un vecino captó el violento arresto en su teléfono y se filtró a la prensa: la televisión nacional mostrará cómo dos detectives blancos ejercen excesiva violencia contra un hombre latino. Ambos detectives son suspendidos y sin sueldo por seis meses, lo que los llevará a hacer cosas extremadamente arriesgadas y peligrosas, aunque para su experiencia y destrezas no lo parezcan tanto.
Este es el punto de partida de Dragged Across Concrete, la nueva película escrita y dirigida por Z. Craig Zahler, el mismo detrás de Bone Tomahawk y Brawl in Cell Block 99.
Aunque la violencia excesiva y brutal que mostró en aquellas dos películas aparece en Dragged Across Concrete, ahora su impacto es relativamente más moderado y espaciado; en su lugar, prefiere la provocación ideológica y política.
El complejo mensaje ideológico
La película está estructurada de un modo peculiar y extraño, que hace que, aunque dura más de dos horas y media y es de ritmo lento, nunca se siente tediosa ni aburrida.
Se toma todo su tiempo para construir y desarrollar diversos dramas que confluyen en el final y hay extensas escenas que transcurren, por ejemplo, durante todo un día de vigilancia en un coche, y aunque nunca pasa demasiado, establecen relaciones y dinámicas entre los personajes o siembran pequeñas semillas en la trama que florecerán más tarde.
Alterna los puntos de vista de los diferentes personajes, entre los que se incluyen: los dos detectives principales, Ridgeman (Mel Gibson) y Lurasetti (Vince Vaughn); la esposa de Ridgeman ( Laurie Holden) y la hija adolescente de ambos, que es atacada por otros jóvenes de su vecindario; un hombre negro que acaba de salir de prisión ( Tory Kittles) y se reencuentra en su casa con su madre prostituta y adicta y con su hermano adolescente paralítico; un enigmático villano enmascarado que va cometiendo violentos robos y asesinatos; y una secuencia bastante breve y puntual sobre una mujer ( Jennifer Carpenter) que vuelve a trabajar en un banco después de su licencia maternal.
Puede considerarse, como se ha dicho, «otra estúpida y básica película de acción de derecha», entre otras críticas similares, porque, de la mano de los dos detectives, parece justificar o relativizar la brutalidad policial. Pero este es sólo uno de los muchos puntos de vista y criticarla por eso parece revertir la acusación: nada dice que los dos detectives blancos son los verdaderos protagonistas (de hecho la primera escena no es de ellos) y por lo tanto que su opinión sea la predominante.
El ex convicto negro interpretado por Tony Kittles es tan protagonista como los detectives, aunque sus opiniones son más reservadas. Su vida, difícil y bastante trágica, es mostrada de un modo muy humano y comprensivo, al igual que la de los detectives. Sobre el final se hará hincapié en la inteligencia de este ex convicto y en su preferencia de quedarse callado y parecer más tonto.
Los villanos enmascarados representan la parte de verdadera violencia amoral y sociópata.
Brutalidad policial y racismo
La película parece bastante consciente de lo que implica itir de que, tal vez, desde un punto de vista pragmático y realista, sin esa violencia excesiva de los detectives el operativo inicial no hubiera sido tan exitoso. Es una duda pertinente, aunque incómoda e incorrecta.
Nos enteramos después que los narcotraficantes planeaban distribuir toda su droga en una zona escolar, una revelación un tanto exagerada que parece afirmar la intención de «probar el punto» de que la violencia policial se justifica, para evitar un mal evidentemente mayor. Sin embargo, esta postura (que la violencia excesiva es necesaria para el trabajo policial efectivo) se va difuminando con el paso de los minutos y se va haciendo menos de la película que de los personajes. «¿Ya maltrataste a alguna minoría hoy?» le pregunta la esposa de Lurasetti, casualmente durante la cena.
El jefe de ambos detectives (Don Johnson) se muestra comprensivo en un sentido que sugiere que la violencia ejercida en su arresto es lo más cotidiano y natural (una alusión a la brutalidad avalada o tolerada institucionalmente) pero sabe que no tiene más opción que suspenderlos para no quedar mal ante la opinión pública. Y dice: «ser tildado de racista públicamente hoy es como ser acusado de comunista en los 50 (...), la industria del entretenimiento, antes llamadas "las noticias", necesitan sus villanos». ¿Comparte el director y guionista esta afirmación engañosa que casi justifica el racismo o la tolerancia al racismo? Quizá.
El jefe sabe que el veterano detective Ridgeman actúa así porque fue su compañero años atrás. Le advierte que con los años se está volviendo más irascible y extremo, y sugiere que es culpa de esos impulsos violentos que sigue estando en las calles y con un compañero 20 años más joven, en lugar de tener, como él, un hermoso despacho de jefe (¿la brutalidad policial está mal porque no te permite ascender?).
Ridgeman y su familia viven en un barrio algo marginal y pobre porque eso es todo lo que puede pagar su escaso salario de detective (según él), pero los criminales parecen ser todos negros. A su hija preadolescente la ataca una pandilla, tirándole un jugo de naranja encima, y su madre (una ex policía que ahora sufre de arteriosclerosis) dice que se tienen que mudar porque la pandilla no demorará en violarla. Eso escaló bastante rápido.
Pero a pesar de todo esto la película tiene un costado autoconsciente, casi satírico, un poco fantástico, que da otra dimensión a todos esos problemas ideológicos que plantea.
Parece haberse construido sobre todos los clásicos estereotipos del cine policial y las buddy movies, ese cine esencialmente masculino, de hombres duros que cumplen con su deber y protegen (y proveen económicamente) a su familia, pero cada elemento tiene su propio giro novedoso y además son tan notorios y exagerados estos rasgos que parecen paródicos.
Incluso por momentos se asemeja a una historia surgida de los cómics, esa forma definitiva de fantasía escapista. La trama transcurre en una ciudad ficticia y genérica llamada Bulwark que es como si fuera Gotham o Metropolis, en la que los bancos, los periódicos, las compañías de seguridad y todas las instituciones reconocibles y con una función específica llevan el nombre de la ciudad. La historia está narrada casi como en forma de viñetas. Los villanos están enmascarados y eventualmente todos los (anti) héroes también.
Dragged Across Concrete confirma al director Z. Craig Zahler como alguien dispuesto a incomodar a su audiencia, pero una vez más lo logra sin sacrificar con esto su película, en este caso un thriller policial directo, entretenido y efectivo, con su propia idiosincrasia.
Dragged Across Concrete: 8/10.
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